Indagar en el tema, me llevó,
como todos los temas anteriores que hemos tratado, a observarme dentro de mi
rol de madre y como ser humano para llegar a la bendita conclusión de que eso
de jugar, no se me da mucho. Ciertamente, mi hija juega, y
mientras lo hace, mi mente me pasa un “Memo”, sobre los deberes pendientes:
lavar los platos, adelanta almuerzo, haz las llamadas pendientes, revisa las
redes…En fin la lista es interminable.
En este proceso de observación,
me he podido detener y decirle a mi mente: Gracias por el recordatorio, y esta
vez decido jugar, divertirme junto a mi hija. Acto seguido, el resplandor en
los ojos de mi hija, al acercarme a su juego, me genera más plenitud que
cumplir con el Memo que me pasó mi mente.
Jugar a lo que juega mi hija,
contenerme de dirigir y controlar su juego, ha sido un gran camino para
observarla, conocerla , admirarla, atenderla. Y también vale decir, para
nutrir las necesidades de mi niña interior.
Descubrí que jugar es realmente
terapéutico, sanador y liberador. De corazón lo certifico.
Como mamá, muchas
veces invadida por el miedo, la rigidez y la increpante palabra
Responsabilidad, me he negado el placer de jugar.
Que bueno ha sido, poder ver
en estos últimos días que jugar es uno de los actos mas sencillos y placenteros
que nos regala la pa/maternidad.
En mi caso particular, jugar es
un catalizador de mis emociones, me permite darme un
respiro en mi día para conectar con el amor que quiero sentir por mí y dar a mi
hija.
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